lunes, 16 de abril de 2007

Montevideo visto por un gaditano

Elogio del aburrimiento
Javier Rioyo 15/04/2007

Me gustan las ciudades con fama de aburridas. Me divierto en esas
ciudades en las que parece no pasar nada y pueda pasar de todo.
Ciudades en las que no está nada claro qué se puede hacer, qué se
puede ver y por dónde hay que pasearlas. Cada uno tiene su propia
lista. Hay ciudades que soportan hace mucho tiempo el estigma de ser
aburridas. Una de ésas es una de las ciudades que más me gustan de
América, del sur o del norte: la ciudad de Montevideo. Muchos te
dicen que hay que ir en tiempo de farra, en tiempo de carnavales,
cuando esa ciudad tranquila no se parece a sí misma y se convierte,
por unas semanas, en un Cádiz menos cachondo, pero también lleno de
murgas. No es el único parecido gaditano de Montevideo. Su plaza
principal se llama de la Constitución por nuestra Pepa. También está
rodeada de mar -aquí, en Montevideo, el río de la Plata es mar-, y
tiene barrios, casas, cafés, bares, tiendas, mercados, mercaderes,
puerto, teatros e historia que conocieron tiempos mejores. Son dos
de las mejores ciudades para pasear que conozco. Dos hermanas del
sur, de los sures. Cádiz tiene más católicos, aunque descreídos;
Montevideo, más masones, también descreídos. Cádiz es una de las
ciudades más antiguas de Occidente; Montevideo, una de las más
nuevas. Cádiz mira al otro lado, pero se gusta a sí misma;
Montevideo es una de las capitales de ese sur que miraba, que sigue
mirando, a Europa, a Occidente, y se gusta menos de lo que debería.
En Cádiz se pasea, se socializa, de barra en barra; en Montevideo se
ensimisman con el mate o frecuentan bares sin ruido, con bebedores
silenciosos, con soñadores ensimismados. En pocos lugares del mundo
quedan los bares, boliches, almacenes, cafés y garitos tan anclados
en el pasado como en Montevideo. Ahora conforman algo así como una
ruta artística de la ciudad.
No hice caso a esa recomendación de visitar la ciudad en tiempos
carnavalescos. Ni fui a tomar el sol a Punta del Este. Ya tengo
Cádiz, Canarias o Ciudad Rodrigo para carnavales. Ya tengo mi
entierro de la sardina. Para playas, tengo Galicia. No quiero
más "farras celestes", como las llamaba el incisivo, el humorístico
Mario Benedetti en sus viejas crónicas periodísticas, cuando se
firmaba Damocles. Cuando participaba en ese juego nacional de los
uruguayos que es saber fustigarse a sí mismos. No es mala terapia.
Yo fui en la semana de la ciudad vacía. La Semana Santa nuestra que
ellos, poco católicos, la verdad, llaman la semana de turismo.
Fascinante experiencia de una ciudad fantasmal. Apenas abiertos unos
cuantos bares, algunos restaurantes, muchas librerías -sobre todo de
viejo- y un festival de cine que, incomprensiblemente, llenaba cada
día sus salas con gentes, con cinéfilos, con raros capaces de ver
cine de autor y que durante el día deberían estar escondidos en
algún lugar. Otra necesaria visita es al Centro Cultural de España,
una sorpresa de lugar en una hermosa y rescatada ferretería y lugar
de referencia de la ciudad viva. Ya era hora de que no fueran los
franceses, los alemanes o los italianos los que nos ganen por la
mano. Mucho tendrá que ver, creo, esa experta en Onetti, Hortensia
Campanella, que dejó su Madrid para irse a su Montevideo. Y que
tiene tiempo para cuidar la obra completa de un escritor que no deja
de crecer, Juan Carlos Onetti. Su ciudad, la de Onetti, la real y la
imaginaria, está todavía aquí. Santa María es Montevideo. Montevideo
es Onetti. Así me pareció esos días fantasmales, atrapados en el
tiempo no santo de su Pascua. Una ciudad con solitarios bebedores en
sus bares portuarios. Con sus barrios de ambiente inquietante,
hoteles de posguerra; con oscuros paseantes de los conventillos -
esos lugares sin vírgenes-; con sus esquinas de gimnasios para
futuras estrellas del boxeo; con canchas de fútbol para adolescentes
que sueñan ser estrellas en un club europeo mientras dan patadas al
balón mirando al mar oscuro, allí donde la vieja ciudad termina.
Ciudad con puerto, donde se ven pasar los barcos; llegar a ese
puerto que parece sacado de una pintura de su gran pintor, de Torres
García. Ciudad de pintores, de poetas, de extravagantes. La ciudad
donde nacieron los franceses Isidore Ducasse (conde de Lautreamont),
Jules Laforgue o Jules Supervielle. Ciudad de la gloria y la muerte
de Margarita Xirgu.



© Diario EL PAÍS

No hay comentarios: